Dr. Carlos
Castia
Treinta años después y una montaña de documentos acumulados no
dejan lugar a dudas de lo que fue la guerra del Golfo Pérsico de 1991. Desde su inicio en la madrugada del 17 de
enero, no cesaron los ataques y los bombardeos poniendo en evidencia el uso
masivo e indiscriminado de toda clase de armas de destrucción masiva empleados
en parte, contra emplazamientos urbanos en Kuwait e Iraq.
En realidad, jamás se
hizo un estudio certero e imparcial de la cantidad de muertes y de heridos que
causaron los raids de la Coalición Aliada ya que ello estuvo tácitamente
avalado por Naciones Unidas y olímpicamente censurado (con la cooperación de la
CNN) por el Departamento de Estado y el Pentágono. Igualmente, varios episodios
quedaron expuestos pese al vano intento de la CNN de maquillarlos ante la
opinión pública.
Es un capítulo de la
historia que los norteamericanos y los británicos quieren mantener oculto bajo sus
propias verdades amañadas, pese a que ellos mismos (sus veteranos) han sufrido y
algunos quedan todavía sufriendo en carne propia los efectos de esta
conflagración, que hay que señalar, fue el inicio de la actual inestabilidad
reinante en el Medio Oriente.
Para Washington y sus
socios, el olvido sería lo mejor ya que indagar en lo que implicó lograr que se
retiraran los iraquíes de Kuwait pondría (una vez más) en entre dicho y en una
crítica revisión la tan proclamada preocupación por los derechos humanos y el
control de armas de Destrucción Masiva.
Cuando hace dos semanas
se ventiló un informe de un investigador británico que confirmaba que la Royal
Navy había despachado 31 armas nucleares al Atlántico sur en 1982, en realidad
no revelaba nada nuevo. Hace 17 años atrás el profesor de Estudios de Guerra de
la King´s College de Londres Sir Lawrence Freedman, había comprobado que la “Task
Force” remitida a Malvinas llevaba consigo armamento nuclear.
Su repentina publicación
y repercusión en los medios de acá solo responde a un interés político a poco
de cumplirse los 40 años de la gesta. Sin dudas, es una cortina de humo que
pretende cerrar las discusiones sobre si Londres había planificado usar bombas
nucleares (WE177A) contra Buenos Aires si se veían arrinconados. Solo es un
maquillaje mediático para distraer de las ojivas nucleares (color rojo) que aún
se hallan en las bodegas del destructor “HMS Sheffield”, hundido por la fuerza
aeronaval en las aguas argentinas (Cfr. Artículo de Rob Evans y David Leigh,
publicado el sábado 6 de diciembre de 2003, The Guardian y "Los barcos de la
Guerra de las Malvinas británicas tenían armas nucleares, Reuters, 06 dic 2003).
Esto sin dudas, es un dolor de culo para los políticos en Buenos Aires quienes
se ven presionados desde Londres para que esto pierda interés.
En el caso de la guerra
del Golfo en 1991 también se dio la misma tapadera. Dejando de lado la
naturaleza del conflicto y sacando las cuestiones políticas y financieras que
se escondían detrás de la opaca intervención de Naciones Unidas (Acceso y Control
geopolítico de EEUU en la región, el petróleo y los negociados que ha posterior
se llevarían a cabo -Comida por petróleo-), la intensidad que tuvo esa
guerra fue sin dudas más allá de lo convencional y prueba de ello quedó grabado
en la salud de la población civil y de los mismos combatientes de la Coalición.
Los primeros despliegues
realizados tras la invasión a Kuwait dejaron en claro hacia donde apuntaba
todo. Más allá de la inexplicable velocidad con la que los norteamericanos
llegaron, sus colegas británicos no tardaron en movilizarse llegando a colocar
en el terreno a unos 53.000 hombres.
Pero en esta guerra no
contó el número de hombres o de blindados sino, la tecnología y la potencia de
las armas empleadas. Iraq contaba con un gigantesco ejército compuesto por un
millón de hombres, pero estaba poco tecnificado y además tras años de ser aliados
con Washington (por la guerra contra Irán), los norteamericanos conocían al
detalle sus debilidades. Los iraquíes tampoco ignoraban esta situación y con su
ingenio les dieron bastantes problemas en el terreno a los norteamericanos.
Aquí también, aunque no
aparezca en los créditos la OTAN estuvo involucrada. Su mención no era oportuna
y mucho menos conveniente debido a la situación geopolítica del momento con la
disolución de la URSS en proceso y una incertidumbre de lo que ello podría
provocar. Pero el Comandante del CENTCOM[1]
a cargo de las operaciones el General Norman Schwarzkopf y sus generales en
Riad no habrían podido coordinar ni dirigir las operaciones de la mega fuerza
acumulada (compuesta por 34 armadas) sin la asistencia de los satélites y de
unidades navales que además del apoyo de combate necesario para el progreso de
las acciones, proveyeron inteligencia electrónica (ELINT) que alimentaba al
Software informático con el cual se llevó adelante el seguimientos de las
operaciones militares.
Iraq solo ofrecía como
contrapeso estratégico, sus misiles “SCUD-B” y algunas variantes modificadas que
pese a las desproporcionadas ventajas de sus enemigos, dieron dolores de cabeza
a los estadounidenses (con 81 lanzamientos).
La tecnología más
avanzada estaba del lado de la Coalición Aliada y por ello llegaron a jactarse
de que sus bombardeos eran “quirúrgicos” que solo tenían como blanco a unidades
militares y políticas iraquíes. Pero los hechos demostraron todo lo contrario. Amplias
zonas civiles de Bagdad demolidas por los bombardeos pusieron en entre dicho a
Washington con la ley internacional (La Haya 1907[2],
art. 48 del Protocolo I de 1977[3],
Res. 2444[4]
Naciones Unidas entre otras). Incluso las cifras publicadas por norteamericanos
y británicos -sometidas a censura previa- delataban de esta grosera contradicción.
Según sus fuentes entre 100.000 a 200.000 civiles (no objetivos legítimos) murieron
en la llamada “Tormenta del Desierto” algo que, si consideramos que son cifras
conservadoras y tentadas a la baja, estas podrían llegar a ser el doble
demostrando claramente la ausencia de la regla de proporcionalidad en el uso de
la fuerza (Art. 51).
Más allá de las
argumentaciones que solían exponer los voceros del Pentágono[5]
y La Casa Blanca, la ley internacional humanitaria (CICR) era clara al
prescribir “que nunca hay una justificación para el exceso de bajas civiles”.
Según un informe de “Greenpeace International” las bajas civiles iraquíes
llegaron a 210.000 calificando a la guerra como “la guerra más importante y
destructiva de la historia moderna”[6].
Con estos antecedentes queda claro que hablar
de misión de paz dentro de este escenario, es un contrasentido y una absurdidad
que no se reflejó en los hechos[7].
Informes del por
entonces Ministerio de Salud de Iraq (que obviamente en occidente jamás dejaron
publicar), las muertes habían superado los 250.000 civiles y dejando casi el
doble de heridos de diversas consideraciones con el adicional del
envenenamiento ambiental. Pero lo
particular de estas aberraciones fueron los medios con los que se causaron.
Pese a que los estadounidenses hablaban de ataques “quirúrgicos” y “puntuales”,
sus bombas y misiles cayeron sobre caseríos, edificios, Mezquitas y colegios
sin importarles si ellos pertenecían a sunitas o chiitas. Sumado a esto, la
mayoría de estas bombas guiadas estaban armadas con Uranio (U-235) que no solo
destruían un determinado objetivo sino, a todo el radio en decenas de metros a
la redonda sumándole a esto, la contaminación por radiación del terreno.
El tipo de explosión de
estos ingenios no solo apuntaban a destruir físicamente a los objetivos militares
iraquíes sino también (y lo más maquiavélico) buscaba romper la psiquís
colectiva mediante el terror y la desesperación algo de lo cual también el
Protocolo I, en sus arts. 50 y 51 prohíbe de forma expresa.
Tampoco se respetaron
los preceptos en referencia a las reglas sobre los combatientes tal como quedo
reflejado en la innecesaria y cobarde masacre de soldados y civiles iraquíes
que entre la noche del 27 al 28 de febrero se retiraban por la ruta 80 rumbo a
Basora cuando ello no reportaba ninguna ventaja militar (Art. 52, Prot. I).
Según un informe secreto de la entonces inteligencia iraquí se le informó por
escrito a Saddam Hussein que unos 13.750 soldados habían muerto calcinados por
el Napalm y bombas de racimo de los aviones norteamericanos y británicos.
El machaque aéreo y
naval 24 horas al día durante cinco semanas sobre Kuwait e Iraq fue incesante e
inmisericorde (6000 bombas por día)[8],
pero a pesar de ello, la breve pero letal respuesta de los iraquíes (con el uso
de ojivas químicas de “Tabun y Sarin” montadas en algunos misiles SS1-SCUD y cartuchos
de artillería) tuvo su correlato tardío con la aparición un par de años más
tarde del llamado “Síndrome del Golfo” que sin dudas fue el producto de la contaminación
venenosa surgida del efecto de estas armas y la radiación de sus propias bombas
(Detectados por las Alarmas M8A1)[9]
y no de los bombardeos a fábricas de armas químicas vacías en “Muthanna” y
“Faluya”. Igualmente los Aliados mantuvieron esto bajo un total hermetismo
hasta que no se pudo tapar más. Fue por ello que la aparición de este síndrome
fastidió a Washington e incluso por años, dieron la espalda a sus veteranos
tratando de que sus casos no se conocieran.
Con esto en
consideración y por las evidencias que reflejan el uso de estos armamentos con
las consecuencias humanas queda claro que esta no fue una guerra convencional
como se la querido vender.
[1] Es
el acrónimo del Comando Central de las Operaciones Militares de los Estados
Unidos en el Medio Oriente.
[2] Convención
relativa a las leyes y costumbres de la guerra, disponible en el siguiente
vínculo: https://www.icrc.org/es/doc/resources/documents/misc/treaty-1907-hague-convention-4-5tdm34.htm
[3]
Protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la
protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales, https://www.icrc.org/es/document/protocolo-i-adicional-convenios-ginebra-1949-proteccion-victimas-conflictos-armados-internacionales-1977
[4]
Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas de 1968 que estableció el
respeto de los derechos humanos en los conflictos armadas, disponible en el
siguiente vínculo: https://www.cruzroja.es/principal/web/cedih/el-dih#:~:text=El%20primero%20en%201968%20cuando,poblaci%C3%B3n%20civil%20y%20de%20distinci%C3%B3n.
[5]
Durante la guerra la información sobre las operaciones militares era provista
por la Oficina de Información de Defensa sita en el Pentágono a cargo de un
director con rango militar.
[6] El
País.com. “210.000 muertos en la guerra del Golfo, dice Greenpeace”, 29 de mayo
1991, https://elpais.com/diario/1991/05/30/internacional/675554417_850215.html
[7]
Esto en referencia a los argumentos del entonces gobierno argentino de Carlos
Menem que trató de excusar la participación del país hablando de que sus tropas
no formarían parte de las acciones beligerantes cuando en realidad, sirvió como
apoyo logístico destacado para la concreción de aquellas. Igualmente, ello en
dicho período no figura en la lista de misiones de paz.
[8]
Que según algunas fuentes implico la escalofriante cifra de 50.000 toneladas de
explosivos arrojados sobre las cabezas de los iraquíes.
[9] Unidades
móviles de Detección de Agentes Nerviosos franceses y Checos que se hallaban en
Hafir Al Batin y Al Jubail, puntos estratégicos de concentración de las tropas
y petrechos.