Vivimos tiempos convulsos que pocos en la Argentina se habrían atrevido a vaticinar. Como siempre se ha escuchado por acá “a nosotros no nos va a llegar eso” o “nosotros estamos lejos” y tantas otras frases anodinas que en el fondo representan una forma de pensar basada en el miedo inconsciente a hacer frente a los peligros y que se está modificando de forma acelerada conforme se van produciendo los acontecimientos.
La pandemia del
SARS-COV2 que conocimos como el COVID 19 más allá del terror y la psicosis que
ha causado entre las personas de un país determinado como en la Argentina ha
servido para unir en esta circunstancia oscura a toda la humanidad sin
distinciones de nacionalidades, etnias y religiones. Pero lamentablemente esa
unidad se dio en el miedo y en la desconfianza, factores que han sido funcionales
para que los grandes poderes globales establezcan pautas que disfrazadas de medidas
benevolentes y protectoras para los habitantes del globo hoy queda claro que
buscan otras finalidades muy diferentes.
Aquí entran a jugar
temas como el inmoral desarrollo de armas biológicas y químicas que nada han
ocupado la agenda del estado argentino que cooptado por una dirigencia
flemática y subalterna a sus propios intereses sectoriales, solo se preocupa de
temas contingentes e irrelevantes para la supervivencia de un estado nación.
Para la mentalidad
nacional, estos problemas pertenecían al campo de la ciencia ficción y dedicar
un solo minuto a estudiar sus probabilidades de desarrollo y existencia era una
pérdida de tiempo. Esta mentalidad es la que hace que los cerebros con vocación
científica se fuguen del país. Esta visión obtusa es la campea en la clase
política nativa, repleta de supersticiones y temores a perder sus privilegios
que no les permite atreverse a prever que es lo que podría ocurrir en un
escenario problemático como el que se presentó con este supuesto virus.
Obviamente, hay que
olvidarse de que se hagan cuestionamientos agudos a los posibles implicados ya
que en esta mentalidad cerrada, “mejor no hablar de ciertas cosas”.
¿Cómo pueden los
gobernantes de un país como la Argentina cotejar la realidad o la mentira de
una amenaza como el COVID sin nunca han previsto que dichas amenazas existen o
podrían llegar a existir? Para un estado no deberían existir estas preguntas
sin una respuesta concreta. En el caso del estado argentino esta es la regla y
es por ello que de no reorientar sus lineamientos con una visión global crítica
y profunda, seguirá marchando al compás de los acontecimientos que vengan de
afuera.
Fíjense lo que sucedió
en 2017 cuando “desapareció” el submarino “ARA San Juan”, ni la Armada ni la
Fuerza Aérea pudieron dar -en apariencias- precisiones de lo ocurrido. En
ese momento el estado argentino dejo en evidencia sus carencias materiales para
poder organizar una operación de búsqueda y rescate autónoma producto de la
pésima administración político-económica y el abandono (por cuestiones
ideológico-partidarias) de una planificación estratégica. Esa ineficacia por
parte del estado no puede tener otra consecuencia que la de una total
indefensión.
La imposición de una
cuarentena interminable a costa de la libertad y los derechos civiles, fue la
primera fase de esa indefensión con la cual los ciudadanos pagaron por directivas
de un estado administrado por una casta ignorante y desinformada que desde hace
décadas sigue los lineamientos que informan otros estados y los expertos del
exterior. El desarrollo de vacunas para contra restar esta pandemia dio inicio
a otro capítulo de esta dependencia que por lo que se está viendo, conduce a la
instauración de un Status Quo de control global que ya se ha programado muchas
décadas atrás.
Lo mismo con la actual
situación sanitaria que ha entrado en una nueva fase en la cual los estados se
hallan avocados a que todos sus ciudadanos sean vacunados poniendo a rodar, con
la cooperación de los grandes medios de información, toda clase de argucias
discursivas, administrativas y legales que obliguen a quienes se resistan a
terminar aceptando la vacunación.
Para asegurar esa
vacunación masiva, los estados están acudiendo a todo tipo de medidas
compulsivas para que no quede nadie sin vacunarse. El principal aliado para
desplegar esta política son los medios y por medio de ellos es que desde hace
ya dos años se radian con dramática persistencia cifras de contagios y muertos
que impactan en la psique de quienes les consumen.
En los EEUU la
administración federal y muchos de los estados que conforman la Unión además de
esto, están implementando la tecnología digital (Biometría de Defensa -DOD-
usada y probada en Iraq, Siria y Afganistán) para que los ciudadanos bajen
aplicaciones a sus teléfonos móviles que verificaran si los ciudadanos han
cumplido con su vacunación. Quien no se haya vacunado, no puede ingresar a
sitios públicos e incluso no podrán concurrir a sus trabajos, lo que representa
un doble cercenamiento a la libertad tanto de elección a inocularse como a
ejercer los derechos constitucionales como son el circular y a trabajar.
Agregado a esto quienes
se hallan decidido vacunar no todos tendrán el acceso a ese documento
sanitario. En la Unión Europea el solo hecho de vacunarse no es la conditio
sine qua non. Solo quienes se inocularon con las vacunas de ciertos
laboratorios (curiosamente occidentales) tendrán a recibir dicha libreta que le
dará el derecho a la admisión en la Unión Europea. Aquí vemos una mezquina pulseada
geopolítica que está por encima del presunto interés general que publicamente
esgrimen los gobiernos europeos.
A la par de esto, la
implementación de los “pasaportes verdes” que la UE está tratando de imponer
sobre todo aquel que pretenda ingresar y circular dentro de su jurisdicción,
lleva a conformar un nuevo argumento administrativo que alimenta a la
burocracia para que los gobiernos puedan controlar y autorizar a discreción quienes
y quienes no son dignos de ingresar. Esto ya esta siendo resistido por varios
sectores de la población europea especialmente en Italia y Francia donde las
protestas callejeras y las demostraciones de su rechazo han ido en crecimiento.
Indirectamente, se
establece un sistema de discriminación con tintes estigmatizantes ya que
quienes no cumplan con estos requerimientos burocráticos no podrán ejercer sus
derechos en plenitud relegándolos a una tácita categoría de indeseables. Claramente,
se propende a ejercer una presión psicológica para forzar la vacunación a
quienes se oponen por una u otra razón ya que bajo el argumento de la “salud
pública” y el “interés general” se pretende sumir a todos bajo un sofisticado control
biométrico total (Como el que el estado chino ejerce sobre su población y el
que los EEUU con fines de inteligencia llevaron a cabo en Afganistán) en el
cual los estados estarán detalladamente informados sobre aspectos
pormenorizados de la privacidad de cada individuo.
Bajo estos parámetros,
los estados que se presumen de respetar las formas democráticas catalogarán con
mayor detalle quienes son sujetos deseables y quienes no solo son o, desde un
lenguaje policial quienes son peligrosos para la seguridad del estado y quienes
no.
Acudimos a ser testigos
y protagonistas de una realidad de control total en la que los proclamadores de
las libertades civiles y la democracia vuelven una vez más a demostrar que
hacen todo lo contrario a lo que dicen.
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