Cuando existe un agresor querrá esconder sus fechorías de la
vista pública, mucho más cuando se disfraza de bueno. Es algo así como un
proceder común en cualquier cultura y está exenta de cualquier distinción de
nacionalidad, etnia o religión. Lo mismo que hacen los estados cuando quieren
suprimir a los disidentes o los que le resisten, lo harán en el más absoluto
silencio y lejos de testigos.
El asesinato de la periodista
palestina Shireen Abu Akleh perpetrado el 11 de
mayo último en momentos que cubría las operaciones militares israelíes en Jenin
se inscribe en una larga y descarada modalidad de como un estado ocupante,
ebrio de impunidad y soberbia, se deshace de los testigos inconvenientes.
Jenin es un emblema más de
la brutalidad de la ocupación israelí y en donde se han cometido todo tipo de
crímenes de guerra. En 1982 las FDI y sus grupos de pistoleros a sueldo (dirigidos
por la Shin Bet) llevaron a cabo una masacre que los palestinos aún no olvidan.
Más cerca en el tiempo en abril de 2002 y en momentos que EEUU ponía en marcha
su “Guerra global contra el terrorismo”, Tel Aviv aprovecha para llevar
adelante todo tipo de abusos y tropelías contra la población palestina que se
apiñaba en el Campo de refugiados de Jenín dentro de la Cizjordania ocupada.
Las bestialidades
cometidas por los israelíes quedaron documentadas y pese a que Tel Aviv impidio
el ingreso de investigadores de Naciones Unidas, pesquisas independientes
determinaron que al menos 52 palestinos, hombres y mujeres habían sido
asesinados. Pero el número de muertes aumentaría con el correr de los días y se
llegarían a contabilizar unos 500 muertos y más de mil heridos.
Hasta comienzos del
milenio, Tel Aviv contaba con la complicidad de los medios y las empresas de
comunicaciones de occidente y de esa forma mantenía este tipo de hechos bajo la
alfombra. Pero, los avances tecnológicos que facilitaron las comunicaciones y
la multiplicación de hechos similares a estos han ido horadando la imagen
pagada de “victimas” para pasar a ser lo que claramente son, victimarios de un
pueblo ocupado.
El asesinato de
periodistas por parte de Israel no es nuevo y cuando advirtieron que tampoco
pasaba nada por eso, siguieron matando sin dudarlo. En la misma línea a favor
de esta impunidad se ubican los grandes medios capitalinos argentinos quienes
se abstienen de hacer comentarios y análisis de este tipo de crímenes.
La periodista quien
tenía 51 años de edad y cubría para la controversial cadena árabe “Al Jazzera”,
se destacaba por su profesionalismo y valentía ante los peligros que significa
trabajar en un entorno hostil. En ese mismo hecho los tiradores israelíes también
trataron de asesinar a productor Ali Al Samudi quien pese a recibir disparos en
su cuerpo los mismos fueron absorbidos por su chaleco pero hiriéndolo en un
costado. Como se desarrollaron los hechos queda claro que no se debió a un
accidente o a una confusión.
Según la mecánica de los
hechos, Al Samudi fue el primero en recibir los disparos y fue allí cuando la
periodista Akleh al advertirlo se giró y recibió el disparo certero en la nuca
que saldría por la cara. En síntesis, un momento horrendo y repudiable.
El gobierno israelí no
tardó en desentenderse del hecho aunque, los testigos y los documentos fílmicos
que se lograron recopilar muestran con claridad desde donde provinieron los
disparos que mataron a la periodista e hirieron a uno de sus colaboradores.
Sumado a esto, los israelíes condicionaron bajo amenazas el desarrollo de los
funerales de la periodista en Jerusalen para que no se hicieran proclamas, ni
canticos ni portación de banderas palestinas.
Igualmente las provocaciones y las agresiones de las fuerzas israelíes comenzaron
inmediatamente con el traslado de su cuerpo.
Sin dudas fue un
asesinato a sangre fría, un hecho atroz y brutal alentado por la impunidad de
la que gozan los israelíes propiciada por el histórico apoyo de Washington. Su
cara fue destrozada por el disparo preciso de un francotirador israelí tal como
hacían durante las marchas en las bardas de alambras que separan Gaza del resto
de los territorios durante 2018 y 2019. Como era de esperar todos esos crímenes
fueron silenciados en Occidente denotando la influencia política y financiera
de los sionistas.
La periodista Shireen
Abu Akleh ha pasado a engrosar la extensa lista de mártires que han caído por
la mano sionista. Sobre las responsabilidades de Tel Aviv y sus gobernantes
poco o nada se puede esperar. El hoy primer ministro Naftaly Bennett es un
reconocido racista y un confeso criminal que en alguna oportunidad sin ningún
empacho afirmo que “matar árabes no trae consecuencias”. Con esto a la vista,
solo hay esperanzas de hallar justicia insistiendo ante las instancias internacionales
de la Corte Penal Internacional.
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