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"En un mundo multilateralista la negociación es la única forma de resolución definitiva de los problemas"

viernes, 13 de mayo de 2022

 


Cuando existe un agresor querrá esconder sus fechorías de la vista pública, mucho más cuando se disfraza de bueno. Es algo así como un proceder común en cualquier cultura y está exenta de cualquier distinción de nacionalidad, etnia o religión. Lo mismo que hacen los estados cuando quieren suprimir a los disidentes o los que le resisten, lo harán en el más absoluto silencio y lejos de testigos.

El asesinato de la periodista palestina Shireen Abu Akleh perpetrado el 11 de mayo último en momentos que cubría las operaciones militares israelíes en Jenin se inscribe en una larga y descarada modalidad de como un estado ocupante, ebrio de impunidad y soberbia, se deshace de los testigos inconvenientes.

Jenin es un emblema más de la brutalidad de la ocupación israelí y en donde se han cometido todo tipo de crímenes de guerra. En 1982 las FDI y sus grupos de pistoleros a sueldo (dirigidos por la Shin Bet) llevaron a cabo una masacre que los palestinos aún no olvidan. Más cerca en el tiempo en abril de 2002 y en momentos que EEUU ponía en marcha su “Guerra global contra el terrorismo”, Tel Aviv aprovecha para llevar adelante todo tipo de abusos y tropelías contra la población palestina que se apiñaba en el Campo de refugiados de Jenín dentro de la Cizjordania ocupada.

Las bestialidades cometidas por los israelíes quedaron documentadas y pese a que Tel Aviv impidio el ingreso de investigadores de Naciones Unidas, pesquisas independientes determinaron que al menos 52 palestinos, hombres y mujeres habían sido asesinados. Pero el número de muertes aumentaría con el correr de los días y se llegarían a contabilizar unos 500 muertos y más de mil heridos.

Hasta comienzos del milenio, Tel Aviv contaba con la complicidad de los medios y las empresas de comunicaciones de occidente y de esa forma mantenía este tipo de hechos bajo la alfombra. Pero, los avances tecnológicos que facilitaron las comunicaciones y la multiplicación de hechos similares a estos han ido horadando la imagen pagada de “victimas” para pasar a ser lo que claramente son, victimarios de un pueblo ocupado.

El asesinato de periodistas por parte de Israel no es nuevo y cuando advirtieron que tampoco pasaba nada por eso, siguieron matando sin dudarlo. En la misma línea a favor de esta impunidad se ubican los grandes medios capitalinos argentinos quienes se abstienen de hacer comentarios y análisis de este tipo de crímenes.

La periodista quien tenía 51 años de edad y cubría para la controversial cadena árabe “Al Jazzera”, se destacaba por su profesionalismo y valentía ante los peligros que significa trabajar en un entorno hostil. En ese mismo hecho los tiradores israelíes también trataron de asesinar a productor Ali Al Samudi quien pese a recibir disparos en su cuerpo los mismos fueron absorbidos por su chaleco pero hiriéndolo en un costado. Como se desarrollaron los hechos queda claro que no se debió a un accidente o a una confusión.

Según la mecánica de los hechos, Al Samudi fue el primero en recibir los disparos y fue allí cuando la periodista Akleh al advertirlo se giró y recibió el disparo certero en la nuca que saldría por la cara. En síntesis, un momento horrendo y repudiable. 

El gobierno israelí no tardó en desentenderse del hecho aunque, los testigos y los documentos fílmicos que se lograron recopilar muestran con claridad desde donde provinieron los disparos que mataron a la periodista e hirieron a uno de sus colaboradores. Sumado a esto, los israelíes condicionaron bajo amenazas el desarrollo de los funerales de la periodista en Jerusalen para que no se hicieran proclamas, ni canticos ni portación de banderas palestinas.  Igualmente las provocaciones y las agresiones de las fuerzas israelíes comenzaron inmediatamente con el traslado de su cuerpo.

Sin dudas fue un asesinato a sangre fría, un hecho atroz y brutal alentado por la impunidad de la que gozan los israelíes propiciada por el histórico apoyo de Washington. Su cara fue destrozada por el disparo preciso de un francotirador israelí tal como hacían durante las marchas en las bardas de alambras que separan Gaza del resto de los territorios durante 2018 y 2019. Como era de esperar todos esos crímenes fueron silenciados en Occidente denotando la influencia política y financiera de los sionistas.

La periodista Shireen Abu Akleh ha pasado a engrosar la extensa lista de mártires que han caído por la mano sionista. Sobre las responsabilidades de Tel Aviv y sus gobernantes poco o nada se puede esperar. El hoy primer ministro Naftaly Bennett es un reconocido racista y un confeso criminal que en alguna oportunidad sin ningún empacho afirmo que “matar árabes no trae consecuencias”. Con esto a la vista, solo hay esperanzas de hallar justicia insistiendo ante las instancias internacionales de la Corte Penal Internacional.

 

 

 

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